Nació en Aosta del Piamonte Italia.
De noble familia lombarda, su padre quiso educarle para la política, por lo que
nunca aprobó su temprana decisión de hacerse monje. Recibió una excelente educación
clásica, siendo tenido por uno de los mejores latinistas de su tiempo. Esta educación
le llevo al uso preciso de la palabra y a la necesidad de claridad de su pensamiento.
Su padre era muy amigo de las fiestas
y de aparecer bien en público. La mamá en cambio era sumamente piadosa y
humilde. Mientras el papá lo animaba a ser un triunfador en el mucho, la madre
le mostraba el bellísimo cielo azul de Italia y le decía: allá arriba empieza
el verdadero reino de Dios. Y Anselmo se fue inclinando más a ganarse su cielo
que la mamá le mostraba, que las glorias humanas que le ponderaba su padre.
De jovencito fue encomendado a un
profesor muy riguroso, regañón y humillante y el niño empezó a perder la
alegría y a volverse demasiado tímido y retraído. Entonces lo llevaron a los
Padres Benedictinos y estos por medio de la bondad y de la alegría lo
transformaron en un estudiante alegre y entusiasta. Más tarde Anselmo dirá:
"Mis progresos espirituales, después de Dios y mi madre, los debo a haber
tenido unos excelentes profesores en mi niñez, los Padres Benedictinos".
El papá le ofrece triunfar en el mundo y lo lleva a fiestas y a torneos. Pero
aunque Anselmo participa con mucho entusiasmo, después de cada fiesta mundana
siente su alma llena de tristeza y desilusión. Y exclama: "El navío de mi
corazón pierde el timón en cada fiesta y se deja llevar por las olas de la
perdición". Toda la vida se arrepentirá de esos años de mundanalidad.
Afortunadamente se decide a aceptar otra propuesta: la de hacerse religioso. Y
allí sí encuentra la paz.
Ha muerto la mamá y no se entiende
bien con el papá. Anselmo huye del hogar y se va para Francia donde, según le
han contado hay un monje famoso, muy sabio y muy amable que sabe dirigir
maravillosamente a la juventud. Ese monje se llama Lanfranco. El joven Anselmo
tiene 27 años y sale de su país acompañado solamente de un burrito que lleva
sus pocas pertenencias. Va a hacerse monje benedictino.
Lanfranco recibe a Anselmo con gran
amabilidad y se dedica a dirigirlo y a formarlo. En adelante serán grandes amigos
por toda la vida y Anselmo irá reemplazando a su maestro en sus altos cargos.
Cuando a Lanfranco lo nombran arzobispo, Anselmo es nombrado superior del
convento, y aunque se negaba totalmente a aceptar tan delicado cargo, lo
obligaron a aceptar y gobernó con gran prudencia y con la más exquisita bondad.
Exigía exacto cumplimiento del deber pero sabía gobernar con gran prudencia y
amabilidad, por eso lo amaban y lo estimaban.
Todos los ratos libres los dedicaba a
estudiar y a escribir, llegando así a ser uno de los autores más leídos en la
Iglesia Católica. Durante siglos los maestros de teología han leído y citado
las enseñanzas de este gran sabio que escribió dos libros muy famosos: El
Monologio y el Prosologio, y fue el verdadero precursor de Santo Tomás, el
escritor que más unió las dos grandes ciencias, la Filosofía y la Teología. El
dice que Monologio significa: manera de meditar en las razones de la fe.
Fue el mayor teólogo de su tiempo.
Gran sabio.
Su amigo Lanfranco, Arzobispo de
Cantorbery, murió muy pronto, más por angustias, por las persecuciones del
gobierno, que por viejo o por enfermedad. Y entonces el Papa nombró para
reemplazarlo a San Anselmo. Casi se desmaya del susto, al recibir el
nombramiento, pero tuvo que obedecer.
El rey Guillermo quería nombrar él
mismo a obispos y sacerdotes. Anselmo se le opuso diciéndole que esto era un
derecho exclusivo de la Iglesia Católica. El rey entonces expulsó de Inglaterra
al arzobispo Anselmo, el cual aprovechó para dedicarse en Francia y en Italia a
estudiar y a escribir.
A la muerte de Guillermo regresó
Anselmo a Inglaterra pero el nuevo rey Enrique quería también nombrar él mismo
a los obispos y disponer de los bienes de la Iglesia. Anselmo se le opuso
valientemente. Enrique quiso expulsarlo. El Sumo Pontífice amenazó con
excomulgar al rey si expulsaba al arzobispo. Entonces enviaron delegados a Roma
y el Papa le dio toda la razón a Anselmo. El santo consiguió con sus ruegos en
Roma que no fuera sancionado el rey y así obtuvo que Inglaterra no se separara
de la Iglesia Católica todavía. El era extraordinariamente bondadoso.
San Anselmo murió el 21 de abril del
año 1109.
Por la gran sabiduría de sus
escritos, la Santa Sede lo ha nombrado Doctor de la Iglesia. Era gran devoto de
la Virgen María y decía que no hay criatura tan sublime y tan perfecta como
Ella y que en santidad sólo la supera Dios.
Sus últimas palabras antes de morir
fueron estas: "Allí donde están los verdaderos goces celestiales, allí
deben estar siempre los deseos de nuestro corazón"
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