Nació en Florencia, Italia, en el año 1556, de la familia
Pazzi que dio a la nación famosos políticos y militares y a la Iglesia Católica
una de sus más grandes santas.
Su padre era gobernador y la internó desde muy pequeña en un
convento de monjas. Allí
se encariñó grandemente con las prácticas de piedad y
con la vida de retiro y espiritualidad.
Era muy hermosa y de muy amable trato, y su familia la quería
casar con alguno de la alta clase social, pero la jovencita demostraba tan
grande inclinación a la vida religiosa que tuvieron que permitirle que se fuera
a un convento.
Escogió el convento de las Carmelitas porque allá le permitían
comulgar con frecuencia. Hizo sus tres votos o juramentos de pobreza, castidad
y obediencia antes que las demás novicias, porque le llegó una grave enfermedad
que la llevó casi a las puertas de la muerte.
Una frase que le impresionó mucho fue aquella de San Pablo que
le dijo el sacerdote el día en que le colocó el crucifijo que llevan las
religiosas: "A mí líbreme Dios de gloriarme en
cualquier otra cosa que no sea la cruz de Jesucristo". Desde ese
día se llenó de un inmenso deseo de sufrir por amor a Jesús.
Cuando la transportaban a la enfermería después de hacer sus
tres votos, Magdalena tuvo su primer éxtasis que le duró más de una hora. Su
rostro apareció ardiente, y deshecha en lágrimas sollozaba y repetía: "Oh amor de Dios que no eres conocido ni amado: ¡cuán ofendido
estás!". En los siguientes cuarenta días tuvo inmensas
consolaciones espirituales y recibió gracias extraordinarias.
Los especialistas dicen que cuando un alma se consagra
totalmente al servicio de Dios, el Señor le concede al principio muy agradables
consolaciones espirituales, a fin de prepararle para los grandes sufrimientos y
las terribles pruebas que vendrán después. Luego les llegan días de tinieblas interiores
para acabar con todo rastro de egoísmo y llenar el alma de humildad y para
convencerse de la gran necesidad que tienen de la ayuda de Dios. Así le sucedió
a nuestra santa.
Dios le mostró las inmensas ventajas que consiguen para su
alma y para la santificación de otras personas, quienes sufren con paciencia. Y
desde entonces fue creciendo sin cesar su deseo de sufrir por Cristo y por la
conversión de los pecadores. A una religiosa que le preguntaba cómo podía
soportar sus dolores sin proferir ni una sola palabra de impaciencia, le
respondió: "Pensando y meditando en los
sufrimientos que Jesucristo padeció en su santísima Pasión y muerte. Quien mira
las heridas de Jesús crucificado y medita en sus dolores, adquiere un gran
valor para sufrir sin impacientarse y todo por amor a Dios".
Santa María Magdalena de Pazzi escogió un lema o programa de
vida que se ha hecho famoso. Decía así: "No morir, sino sufrir". "Ni
morir ni curar, sino vivir para sufrir". Y repetía "Oh, si la gente supiera cuán grandes son los premios que se ganan
sufriendo por amor a Jesucristo, todos aceptarían con verdadero gozo sus
sufrimientos, por grandes que sean".
Después de uno de sus éxtasis contaba: "Vi el amor inmenso que nos tiene Nuestro Señor y vi también que las
almas que ofrecen sus sufrimientos uniéndolos a los sufrimientos de Cristo se
vuelven inmensamente hermosas. ¡Oh, si las gentes supieran lo mucho que ganan
cuando ofrecen a Dios sus padecimientos!".
En medio de su éxtasis hablaba con un ser invisible, y
abrazando su crucifijo, con rostro brillante exclamaba: "Oh Jesús mío: concédeme palabras eficaces para convencer al mundo
de que tu amor es grande y verdadero y que nuestro egoísmo es engañoso y
tramposo".
Y en sus
conversaciones buscaba siempre almas que quisieran dedicar su vida entera a
amar a Jesucristo y ofrecer por El todos los sufrimientos de cada día y de cada
hora, con todo el amor de su espíritu.
Le aparecieron en sus manos y en pies los estigmas o heridas
de Cristo Crucificado. Le producían dolores muy intensos, pero ella se
entusiasmaba al poder sufrir más y más por hacer que Cristo fuera más amado y
más obedecido y por obtener que más almas se salven.
Tres religiosas, encargadas por el director espiritual
escribían lo que ella iba diciendo, especialmente las revelaciones que recibía
durante su éxtasis. Y de todo esto salió el libro titulado
"Contemplaciones", que llegó a ser un verdadero tratado de teología
mística. San Alfonso de Ligorio apreciaba inmensamente este libro y en sus
obras lo cita muchísimas veces.
Martirizada en su cuerpo por heridas dolorosísimas, cuando los
dolores se volvían insoportables, ella pedía valor al Señor diciéndole: "Ya que me has dado el dolor, concédeme también el valor".
Y recibía fuerzas sobrenaturales para seguir sufriendo sin impacientarse ni
quejarse.
Además de los dolores físicos le llegó lo que los santos
llaman "La noche oscura del alma". Una cantidad impresionante de
tentaciones impuras. Sentimientos de tristeza y desgano espiritual. Falta de
confianza y de alegría. Sufría de violentos dolores de cabeza y se paralizaba
frecuentemente. La piel se le volvía tan sensible que el más leve contacto le
producía una verdadera tortura. Pero en medio de tantos suplicios seguía
repitiendo: "Ni sanar ni morir, sino vivir para
sufrir".
Veía el futuro y leía los pensamientos. A Alejandro de Médicis
le dijo que un día sería Sumo Pontífice pero que duraría poco en el cargo, y
así sucedió. Se bilocaba, o sea se aparecía a gentes que estaban muy distantes
y les llevaba mensajes. Curó varios enfermos. Los viernes sufría varios de los
dolores que Cristo padeció el viernes Santo. Y repetía siempre: "Señor: ¡hágase tu santa voluntad!".
El 25 de mayo del año 1607, al morir quedó bella y sonrosada.
Tenía apenas 41 años. Su cuerpo se conserva todavía incorrupto en el convento
carmelita de Florencia donde pasó su vida.
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