San Ivo, el abogado
santo al cual los juristas de muchos países tiene como Patrono, nació en la
provincia de Bretaña en Francia. Su padre lo envió a estudiar a la Universidad
de París, y allí dirigido por famosos profesores de derecho, obtuvo su
doctorado como abogado.
En sus tiempos de
estudiante oyó leer aquella célebre frase de Jesús: "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con la oración y la mortificación" y se
propuso desde entonces dedicar buen tiempo cada día a la oración y mortificarse
lo más que le fuera posible en las miradas, en las comidas, en el lujo en el
vestir, y en descansos que no fueran muy necesarios. Empezó a abstenerse de
comer carne y nunca tomaba bebidas alcohólicas. Vestía pobremente y lo que
ahorraba con todo esto, lo dedicaba a ayudar a los pobres. Y Dios lo premió
concediéndole una gran santidad y una generosidad inmensa en favor de los
necesitados.
Al volver a su tierra
natal (Bretaña) fue nombrado juez del tribunal y en el ejercicio de su cargo se
dedicó a proteger a los huérfanos, a defender a los más pobres y a administrar
la justicia con tal imparcialidad y bondad, que aun aquellos a quienes tenía
que decretar castigos, lo seguían amando y estimando.
Su gran bondad le
ganó el título de "Abogado de los pobres". No contento con ayudar a
los que vivían en su región, se trasladaba a otras provincias a defender a los
que no tenían con qué pagar un abogado, y a menudo pagaba los gastos que los
pobres tenían que hacer para poder defender sus derechos.
Visitaba las cárceles
y llevaba regalos a los presos y les hacía gratuitamente memoriales de defensa
a los que no podían conseguirse un abogado.
En aquel tiempo los
que querían ganar un pleito les llevaban costosos regalos a los jueces. San Ivo
no aceptó jamás ni el más pequeño regalo de ninguno de sus clientes, porque no
quería dejarse comprar ni inclinarse con parcialidad hacia ninguno.
Cuando le llevaban un
pleito, él se esmeraba por tratar de obtener que los dos litigantes arreglaran
todo amigablemente en privado, sin tener que hacerlo por medio de demandas
públicas. Así obtuvo que muchos litigantes terminaran siendo amigos y se
evitaran los grandes gastos que les podían ocasionar los pleitos judiciales.
Después de trabajar
bastante tiempo como juez, San Ivo fue ordenado sacerdote, y desde entonces,
los últimos quince años de su vida los dedicó totalmente a la predicación y a
la administración de los sacramentos. Consiguió dinero de donaciones y
construyó un hospital para enfermos pobres. Todo lo que llegaba lo repartía entre
los más necesitados. Solamente se quedaba con la ropa para cambiarse. Lo demás
lo regalaba. Una noche se dio cuenta de que un pobre estaba durmiendo en el
andén de la casa cural, entonces se levantó y le dio su propia cama y él durmió
en el puro suelo.
De muchas partes
llegaban personas litigantes a obtener que San Ivo hiciera las paces entre
ellos y él lograba con admirable facilidad poner de acuerdo a los que antes
estaban alegando. Y aprovechaba de todas estas ocasiones para predicar a la
gente acerca de la Vida Eterna que nos espera y de lo mucho que debemos amar a
Dios y al prójimo.
Alguien le aconsejó
que no regalara todo lo que recibía. Que hiciera ahorros para cuando llegara a
ser viejo y él le respondió: - Y ¿quién me asegura que voy a llegar a ser
viejo? En cambio lo que sí es totalmente seguro es que el buen Dios me
devolverá cien veces más lo que yo regale a los pobres". Y siguió
repartiendo con gran generosidad.
A principios
de mayo del año 1303 empezó a sentirse muy débil. Pero no por eso dejó de
dedicar largos ratos a la oración y a la meditación y a ayudar a pacificar a
cuantos estuvieran peleados o en discusiones y pleitos.
El 19 de mayo del año
1303 estaba tan débil que no podía mantenerse de pie y necesitaba que lo
sostuvieran. Sin embargo celebró así la Santa Misa. Después de la Misa se
recostó y pidió que le administraran la Unción de los enfermos y murió
plácidamente, como quien duerme en la tierra para despertar en el cielo. Tenía
50 años.
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