En cada
parroquia del mundo, el tercer domingo de octubre se celebra el Día de las
Misiones, una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y limosnas por las
misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a hablar de la joven a la
cual se le ocurrió esa idea.
La idea
feliz nació de una simple charla con la sirvienta de la casa. Un día llegó
Paulina Jaricot de su trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna
narración que le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la
sirvienta que le contara algo ameno y agradable. La buena mujer le respondió:
"si me ayuda a terminar este trabajito que estoy haciendo, le contaré
luego algo que le agradará mucho". La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando
el oficio la cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones
se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas tierras, en
medio de terribles penurias económicas, y con grandes peligros y dificultades,
escribían narrando sus hazañas, y pidiendo a los católicos que les ayudaran con
sus oraciones, limosnas y sacrificios, para poder continuar con éxito su
difícil labor misionera.
En ese momento pasó
por la mente de Paulina una idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas
y obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y algún
pequeño sacrifico por las misiones y los misioneros, y enviar después todo esto
a los que trabajan evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso empezar a
llevar a cabo esa mima semana tan bella idea.
Paulina había nacido
en la ciudad de Lyon Francia y desde muy niña había demostrado un gran espíritu
religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser misionero y quizás
por falta de suficiente información le pintaban las misiones como algo terrorífico
donde los misioneros tenían que viajar por los ríos sobre el cuello de
terribles cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces tigres. Esto la
emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de misionera. Sin embargo
sentía una gran inclinación a ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía
a Dios que la iluminara. Y el Señor la iluminó por medio de una simple lectura
hecha por una sirvienta.
De
pequeñita aprendió que un gran sacrificio que sirve mucho para salvar almas es
el vencer las propias inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la
pereza, y se propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de esos pequeños
sacrificios.
Cuando en 1814 el
Papa Pío VII quedó libre de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el pueblo
entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en su viaje hacia Roma.
Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre al pasar por frente a su casa la
bendijera y le pusiera las manos sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo
que nunca olvidó.
De joven
se hizo amiga de una muchacha sumamente vanidosa y ésta la convenció de que
debía dedicarse a la coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y
llena de adornos, de coloretes y de joyas pero nada de esto la satisfacía. Su
mamá rezaba por su hija para que no se fuera a echar a perder ante tanta
mundanidad. Y Dios la escuchó.
Un día en
una fiesta social resbaló con sus altas zapatillas por una escalera y sufrió un
golpe durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse. Entonces la mamá
le hizo este ofrecimiento a Dios: "Señor: yo ya he vivido bastante. En
cambio esta muchachita está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a mí
a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y consérvale la vida".
Y Dios le aceptó
esta petición. La mamá se enfermó y murió, pero Paulina recuperó el habla, y la
salud física y mental y se sintió llena de vida y de entusiasmo.
Poco
después, un día entró a un templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de
lo pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que son las
vanidades de la vida. Después del sermón fue a confesarse con el predicador y
éste le aconsejó: "Deje las vanidades y lo que la lleva al orgullo y
dedíquese a ganarse el cielo con humildad y muchas buenas obras". Desde
aquel día ya nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos de vanidad, ni
a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y deslumbrar. Sus vestidos
son sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas amigas le critican
por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a visitar enfermos pobres en los
hospitales.
Y es entonces cuando
nace la nueva obra llamada Propagación de la fe. Son grupitos de 10 personas,
las cuales se comprometen a dar cada una alguna limosna para los misioneros, y
ofrecer oraciones y pequeños sacrificios por ellos. Paulina va organizando numerosos
grupos llamados coros entre sus amistades y las gentes de su alrededor y pronto
empiezan ya a recoger buenas ayudas para enviar a lejanas tierras.
Su
hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote, propone la idea de Paulina a
otros sacerdotes en París y a muchos les agrada y empiezan a fundar coros de
Propagación de la Fe. La idea se extendió rapidísimo por toda la nación y las
ayudas a los misioneros se aumentaron inmensamente. Casi nadie sabía quién
había sido la fundadora de este movimiento, pero lo importante era ayudar a
extender nuestra santa religión.
Para
poder conseguir más oraciones con menos dificultad, Paulina formó grupitos de
15 personas, de las cuales cada una se comprometía a rezar un misterio del
rosario al día por los misioneros. Así entre todos rezaban cada día un rosario
completo por las misiones. Fue una idea muy provechosa.
Paulina
se fue a Roma a contarle al Santo Padre Gregorio XVI su idea de la Propagación
de la Fe. El Sumo Pontífice aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso
recomendarla a toda la Iglesia Universal.
Al volver
a Francia fue a confesarse con el más famoso confesor de ese tiempo, el Santo
Cura de Ars. El santo le dijo proféticamente: "Sus ideas misioneras son
muy buenas, pero Dios le va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener
más éxito". Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante los
sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa fueron enormes.
Al
principio recogía ella misma las limosnas para las misiones, pero varios
avivados le robaron descaradamente. Entonces se dio cuenta de que debía dejar
esto a sacerdotes y laicos especializados que no se dejaran estafar tan
fácilmente.
Después recibió
ayudas para fundar obras sociales en favor de los obreros pobres, pero varios
negociantes sin escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero. Paulina
se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo espiritual, y que debía
dejar la administración de lo material a manos de expertos que supieran mucho
de eso.
En 1862,
después de haber perdonado generosamente a todos los que la habían estafado y
hecho sufrir, y contenta porque su obra de la Propagación de la Fe estaba ya
muy extendida murió santamente y satisfecha de haber podido contribuir
eficazmente a favor de las misiones católicas.
Veinte
años después, en 1882, el Papa León XIII extendió la Obra de la Propagación de
la Fe a todo el mundo, y ahora cada año, el mes de octubre y especialmente en
el tercer domingo de este mes los católicos fervorosos ofrecen oraciones,
sacrificios y limosnas por las misiones y los misioneros del mundo entero.